Esta vez de la mano de la adorable María Inés Linares, espero que les guste <3
La primera vez fue un sueño reposado y verde, con la profundidad
de una tarjeta postal: los árboles parecían estar detrás de un vidrio que yo no
podía trasponer para tocar ni una hoja, ni una piedra.
El segundo sueño me devolvió otras percepciones: olí
los pinos, pude meter los pies en el agua del arroyo. Alcancé a preguntarme,
antes de despertar, por qué había vuelto allí.
Para la tercera noche me preparé: antes de quedarme
dormido traté de pensar en ciudades humeantes y grises, en teatros atiborrados
de gente, en cualquier escenario que no se pareciera en nada a ese bendito
bosque que ni sé de dónde había sacado. No recordaba haber estado nunca en un
lugar así y no me gustaba nada esa recurrencia.
Pero mi estrategia no resultó: volví a aparecer a
orillas del arroyo. Al menos, en esa ocasión no estuve solo: Sancho correteó a
mi lado, y fue una suerte, porque él fue el primero en verla. Lástima que su
ladrido la ahuyentó. Alcancé apenas a ver su mano, asomando desde el agua para
arrojar un objeto anaranjado a la orilla.
Me acerqué, lo levanté, estaba empapado: era una
bolsita de tela. Adentro, sobre un pedazo de corteza, pude leer las palabras:
“NO TE DESPIERTES”.
Cuando, de pronto, el techo de árboles volvió a ser
el cielorraso de mi dormitorio, me maldije por haber desobedecido. Pero en mi
mano conservaba la bolsita naranja, y las patas de Sancho estaban sucias de
barro.
A la noche siguiente me fui a acostar más temprano;
casi no cené. En la duermevela creí oler una brisa de pinos en mi cuarto. No
tardamos en aparecer, Sancho y yo, en la misma orilla donde ella había arrojado
su mensaje dentro de la bolsita naranja.
Pero esta vez fue distinto: ni siquiera permitió que
la viéramos dejar el arpa. El instrumento apareció en la orilla opuesta,
brillante y húmedo, y en el agua solamente pude distinguir la estela de ondas
que su cuerpo dejó al sumergirse.
Me arremangué los pantalones para vadear el arroyo
y, a mitad de camino, me dio risa haber tomado tantas precauciones para no
mojarme la ropa en un sueño. Alcancé la orilla y pude ver de cerca el arpa. Era
pequeña; su color dorado sugería que podía estar hecha de bronce, aunque
brillaba mucho más. Acerqué mis dedos a las cuerdas: no tenía idea de cómo
tocar ese instrumento. Y sin embargo, en cuanto lo rocé, una melodía que
recordaba a espigas meciéndose en el viento se extendió por todo el bosque.
Sancho me miraba desde la otra orilla, desconcertado.
Sentí un cosquilleo en mis tobillos y bajé la vista hacia el agua. Alcancé a
verla, pero durante tan poco tiempo que no logré distinguir su cara antes de
que se sumergiera.
Algo emergió en la superficie: era un pétalo azul,
de una flor que yo desconocía. Escrita en caracteres diminutos, la misma frase
de la noche anterior: “NO TE DESPIERTES”.
Sancho ladró, ya no en el sueño sino bajo mi cama, y
abrí los ojos frustrado. Mis pies chorreaban agua pero, al menos, mis
pantalones estaban secos.
Durante todo el día traté de dibujarla, de
reconstruirla: no hubo caso. Miré largo rato el trozo de corteza y el pétalo
con las inscripciones, buscando algo de ella en los rasgos de esa escritura
puntiaguda.
En cuanto anocheció, me fui a acostar. Bajo mi cama,
Sancho se me adelantó: alcancé a escucharlo roncar antes de quedarme dormido. Y
cuando aparecí en el bosque, él ya estaba nadando en el arroyo, sin rastros del
miedo que habitualmente le daba el agua.
El arpa no estaba en el mismo lugar. Ahora brillaba
en el hueco del tronco de un pino, tan grande que podría haber estacionado allí
mi bicicleta si la hubiese traído. Me acerqué, ansioso por volver a arrancarle
esa melodía hipnótica. El hueco en el tronco tenía casi mi altura; apenas
necesité inclinar la cabeza para entrar. Me senté, y empecé a tocar el arpa.
Sancho ladró varias veces hasta que se cansó y,
seguramente, se despertó. Yo seguí tocando esa música de espigas ondulantes y
por un rato lamenté que mi perro no se hubiera quedado para acompañarme.
Pero entonces ella apareció ante mí, azul y
majestuosa. Esta vez no recurrió a mensajes escritos: las palabras que ya conocía, susurradas ahora en mis oídos, sonaban como agua y su respiración
seguía el compás del arpa. Me rodeó con sus brazos, y aunque yo solté el arpa, la música siguió
sonando. Abrazados, bailamos dentro de ese tronco hueco que de pronto se había
convertido en un amplio universo. Me dejé llevar por el ritmo de sus palabras (“no
te despiertes, no te despiertes”), hasta que fue demasiado tarde para darme
cuenta de que, esta vez, había obedecido. Y ella ya no estaba.
Desde entonces, todos los días salgo de mi refugio
en el árbol y, sumergido en el agua del arroyo, espero que algún soñador
desprevenido aparezca en la orilla, para dejarle el arpa dorada y poder volver
a mi cama.
Extraño bastante a Sancho.
~Sobre el autor~
María Inés Linares nació en 1971 en Buenos Aires, donde actualmente vive con su hija Julia.
Es escritora, editora graduada de la UBA y diseñadora gráfica especializada en libros. Ha trabajado en diversas editoriales argentinas en las áreas de diseño y edición.
Asistió al taller literario “Nación Cracovia”, de la escritora Graciela Repún, y desde 2010 forma parte del grupo “La Cofradía de la Luna Llena”, coordinado por los escritores Leo Batic y Lorena Scigliano. También forma parte de "La Cofradía del Fantasy Argentino".
Sus trabajos han recibido premios en concursos literarios y de diseño.
Hechicera de relojes es su primera novela publicada.
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