A
veces uno necesita alejarse de todo aquello que más conoce. Y si
bien la literatura juvenil es un mundo que me apasiona y al cual creo
que le deben abrir la mayor cantidad de puertas posibles, no es un
secreto que durante una parte importante del último año me sentí
un poco abrumado por ella. Y es que cuando uno estudia sobre libros
juveniles, evalúa libros juveniles, reseña libros juveniles, y
trabaja en una librería – vendiendo libros juveniles, duh –
llega un punto en que simplemente tiene que poner un freno y
centrarse un poco en cosas que, quizás, habían quedado un poco
descuidadas, como eso de conseguir novio y viajar y ser feliz por la
vida.
Well,
solo cumplí con la parte de viajar… algo es algo. Pero a partir de
este periodo de hibernación – nunca tan literal después de vivir
tres inviernos seguidos – me reencontré con algunas vertientes
literarias que habían quedado relegadas en mi TBR. Así que
abróchense los cinturones y prepárense para leer un post con una
serie de novelas y antologías un poco diferentes a las que estamos
acostumbrados en el blog.
Schweblin,
para el que nunca leyó nada de ella, tiene, además de un apellido
difícil de escribir que nos hace dudar a cada segundo, un estilo
literario muy particular. Su prosa es asfixiante, cerrada,
claustrofóbica. Todo lo que nos cuenta parece tener un trasfondo que
desconocemos, y eso nos inquieta: sabemos que no hay nada que no
pueda estar pasado en el mundo próximo a nosotros. Los límites
entre realidad y ficción son difusos – un uso del lenguaje
magistral favorece el enflaquecimiento de estas barreras - y sus
historias nos dejan el corazón en la boca al momento de atravesar el
punto final. Siete casas vacías
y Distancia de rescate
son dos puntos de partida excelentes para comenzar a leer a la
autora.
Kentukis
es su última novela. Usando un estilo de historias fragmentadas que
corren paralelas, nunca cruzándose, Schweblin – pausa para ver si
el apellido fue bien escrito – nos presenta un mundo cercano y
lejano a la vez, en el que la tecnología, el consumo, y la
insatisfacción con ser uno mismo han alcanzado un nuevo punto de
contacto. Los kentukis son una especie de pequeños robots con forma
animaloide– a pesar de que nunca pude dejar de imaginarlos como a
Fonzo de Los Simpsons – que uno puede comprar para tener de
compañía. La cuestión es que, del otro lado del globo, alguien
puede estar comprando acceso a ese robot, para controlarlo y vivir
una vida diferente. De esa forma, las personas se convierten en amos
– poseedores de kentukis – y mascotas – controladores de
kentukis – rompiendo los límites de la privacidad y abriendo las
puertas a mundos no tan inocentes, oscuros, extraños.
Kentukis
fue una novela que disfruté bastante, a pesar de que me costó un
poco acostumbrarme a la fragmentariedad de las historias, y aunque
que me pareció que solo se arañó la superficie de esta especie de
realismo sociotecnológico que se nos propuso. Creo que las novelas y
antologías anteriores de la autora son puntos de partida mejores
para su lectura.
Atravesada
por el asfixiante clima del litoral argentino, la novela de Selva
Almada es algo que me llegó por sorpresa, bajo la recomendación de
un compañero de trabajo. Nunca había leído nada de la autora, ni
algo que se desarrollara en un ambiente que es tan cercano y lejano
para los que vivimos en el autocentrismo de la provincia de Buenos
Aires.
Almada
nos propone la historia de dos familias de ladrilleros, enemigas
hasta la muerte desde generaciones pasadas. En ese contexto nos
encontraremos con los dos protagonistas, Pájaro Tamai y Marciano
Miranda, quienes yacen en los charcos de su propia sangre, a punto de
morir, esperando que alguien los encuentre. Ambos nos relataran -
con una prosa caracterizada por la pluralidad de voces y puntos de
vista, y por el uso del exótico dialecto de los barrios bajos de la
región - la historia de sus familias , empezando por la de sus
padres, y de cómo se llegó al trágico desenlace en el que se
encuentran. Una novela cruda y violenta que nos hace reflexionar
acerca de otras realidades que, a pesar de sernos ajenas, están
surcadas por los mismos factores que atraviesan la nuestra: amistad,
familia, amor, sexualidad, búsqueda de reconocimiento y aceptación.
Siguiendo
la línea de Schweblin, Mariana Enríquez es una autora que, en sus
cuentos, juega con la fina línea entre fantasía y realidad para
sumergirnos en mundos terribles y distópicos. Su estilo crudo y
directo – en esto se diferencia un poco de Samanta, que tira más
hacia lo rebuscado y literario – nos permite meternos de lleno en
historias pobladas por asesinos, fantasmas, entes desconocidos, o por
la mismísima naturaleza humanas, que a veces se configura como el
peor monstruo de todos. Sus historias se encuentran también marcadas
por un claro mensaje político y feminista, lo que les da un aura de
actualidad y las acerca todavía más a nosotros.
Por
supuesto que algunas de sus historias son “mejores” que otras,
pero eso no quita que cada una de ellas le quite el aliento al lector
y lo deje reflexionando una vez finalizada. En definitiva, es una
antología que súper recomiendo y que no se puede dejar pasar.
¿Cómo
definir lo que representa “La ilusión de los mamíferos”? ¿Cómo
caracterizar un relato cuya prosa, tan cuidada y poética, se
caracteriza por la falta de acción? Falta que, cabe aclarar, lejos
de ser inmovilizante y aburrida, impulsa al lector a seguir leyendo
en base a la belleza del entramado poético del discurso.
López
nos trae una historia de amor fragmentada y poco convencional. Dos
hombres que pasan sus domingos conociéndose, hablando, escuchando
música, lejos de las miradas de desaprobación de los otros. Uno
vuelve con su familia, con su mujer y su hijo, mientras el otro
aguarda que vuelva a dar la hora concertada del domingo. La espera,
la búsqueda de cariño efímero, es la ilusión de los mamíferos.
Nos
propone un relato en el que pasado y presente se fusionan, en el que
el recuerdo de los tiempos clandestinos y felices se entremezclan con
la aridez y la soledad del ahora, en un lienzo repleto de blancos que
el lector debe ir llenando para conferirle a la historia un sentido
propio. Poesía y prosa se entremezclan para dar forma a un relato
único, crudo y desgarrador. Una lectura excelente.
*
Esto
fue un ejemplo de las cosas – claramente quedó bastante afuera –
que vine leyendo durante el periodo que el blog estuvo inactivo. Y si
bien no es lo que acostumbramos a reseñar acá, me pareció
interesante compartirlo y abrirlo a otras perspectivas. Aunque, en el
fondo, lo juvenil siempre se extraña, y prometo volver la semana que
viene con algo más “acorde” a lo nuestro.
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