jueves, 27 de febrero de 2014

3 meses sin vos: Annie y el Dragón.

El pasado 24 de Febrero se cumplieron 3 meses de que la creadora de este blog y de la Revista Online Huellas de Tinta, Annie Yohai, falleció. Todavía me cuesta acostumbrarme a tener que manejar este blog, por suerte tengo la ayuda de Leo y Cristian, no sé que haría sin ellos.
Parece como si todavía todo fuera un sueño, que me voy a despertar y vas a estar ahí para molestarme y retarme por no tener lista la reseña <3
Te extraño, Annie.
Y hoy, unos días después del 24, le pedí a mi querido amigo Leo Batic que me dejara subir este texto que escribió para la edición de Diciembre de Huellas, junto con un dibujo suyo.
Gracias, Leo. Tus palabras siempre reconfortan. 

Annie y el dragón
Por: Leo Batic           

El dragón esperó hasta que ella se despidiera de todos.
Durante tres días recorrió las casas, los lugares que frecuentaba, los sitios a los que hacía tiempo ya no podía ir. Le gustaba caminar con los pies descalzos.
         Escuchó conversaciones amorosas y lloró al sentir que las voces de sus amigos eran iguales a como las recordaba. Y las que no había escuchado nunca con sus oídos, descubrió que ya las había escuchado en sus sueños.
         Susurró para que no la lloraran, les dijo a sus hermanas cuánto agradecía que hubieran dejado un poco sus vidas para permitirle a ella vivir la suya. Saldó cuentas con sus padres, los amó y les pidió perdón si no había podido hacer todo lo que ellos querían.
         El dragón la encontró llorando en un rincón de una librería.
         —¿Y ahora? —suspiró—. ¿Cómo voy a leer ahora? ¿Cómo voy a pelearme con mis amigas? ¿Cómo voy a sacar la revista? ¿Cómo voy a…?
         La criatura de escamas azules puso un dedo en los labios de la joven y la invitó a subirse a su espalda.
         Volaron hacia un bosque en medio de la montaña, para que Annie pudiera sentir el esfuerzo en sus pies al subir por las rocas, siguiendo el curso de un arroyo. Arriba, el sol acariciaba el bosque, el agua formaba un estanque y el viento cantaba una canción antigua.
         —Aquel árbol no llegó a los cien años —dijo el dragón, señalando un tronco caído—. Los humanos ya no saben cómo escuchar el lamento de un árbol, pero sus hermanos lloraron por él.
         El dragón le pidió a Annie que se acercara y, susurrando para que aquellos gigantes leñosos no se ofendieran, continuó:
         —La corteza es ahora el hábitat de los hongos y todos esos bichitos. Ahí duerme el zorro con su cría, ahí consiguió hacerse un nido una familia de ratones y en esa rama que todavía acaricia el cielo los pájaros encuentran refugio. Gracias a que este árbol se cayó ahora hay luz en esta zona del bosque y hay nuevos brotes de plantas, que serán buenas para animales y árboles. Ellos no lo saben, pero la muerte trajo mucha vida, incluso en ellos mismos, que ahora se empeñan en cuidarse unos a otros.
         Annie acarició la corteza.
         —Yo tenía mucho por hacer.
         —Lo harán otros. O no lo harán. Ya no es tu problema. Cumpliste tu misión y eso es lo importante. Ahora podrás ver si tu trabajo dio frutos, si otros se nutren de tu existencia para hacer mejores las de otros.
         —No será lo mismo.
         —De eso se trata, Annie. Nadie hará lo que hiciste, ni de la forma, ni con las intenciones que te eran propias. Sería una tontería mantener las estructuras rígidas. Si no cambian, en unos meses terminarán obligando al que ocupe tu puesto a sentarse en una silla de ruedas y le taparán los oídos.
         Annie sonrió. Asintió.
         —Me hubiera gustado leer algunas historias más antes de irme.
         —Ahora vivirás en donde surgen todas las historias.
         Y el dragón subió a la muchacha sobre su lomo para llevarla a lo más alto del cielo, rompiendo nubes, hasta que llegaron a otro bosque, uno que terminaba en una casa de troncos, con un camino que llevaba a la playa.
         —¡Caballos! —dijo, señalando un grupo de potros que pastaban junto a la ladera.
         —Cuando quieras podrás elegir cuál montar, pero ahora vamos, nos están esperando en tu nueva casa.
         El dragón acompañó a la joven hasta la entrada. Cuando Annie abrió la puerta una multitud esperaba en el enorme salón. Un mago de ropas blancas acompañado por un elfo y un enano, un enorme personaje de barbas tupidas y abrigo junto a tres adolescentes con bufandas amarillas y rojas, una muchacha con una trenza larga con un arco a su espalda y su hermana menor a su lado, una dama con ojos de dragón, un grupo de jóvenes bien vestidos, de pieles pálidas y colmillos afilados.
         —¿Esto es el cielo?
         —El cielo debería ser lo que uno espera encontrar después de un largo viaje, ¿no? Supongo que no te hubiera gustado que te pusieran una sotana, alitas y te dieran un arpa.
         Annie lanzó una carcajada. Hacía rato que no podía reírse sin impedimentos. Un hada la invitó a entrar y el dragón dio la vuelta. Cuando estaba a punto de remontar vuelo lo detuvo una pregunta:
         —¿Volveré a verte?
         —Claro que sí, cuando quieras.
         —¿Y a mis amigos? ¿Y a mi familia?
         —¡Seguro! —se volvió hacia ella y se acercó para susurrarle—. Los humanos tienen entumecido el cerebro, así que podés ir durante la noche. Creerán que sos un sueño, pero se dejarán abrazar más fácilmente.
         —¿Solo los veré en los sueños?
         —Annie, ahora podrás ir adonde quieras, hablarles al oído, incluso podrás ayudar a los escritores. Cuando tus amigos lean un libro sabrán que alguna de esas ideas puede ser tuya y dirán “Acá estuvo Annie”.
         —Los voy a extrañar —dijo, entre lágrimas.
         —Tarde o temprano se reencontrarán, siempre y cuando vivan sus vidas, cumplan sus sueños, respeten sus propias misiones. Tal como lo hiciste vos.
         —¡Entonces no puedo permitir que se la pasen llorando como boludos pensando todo el tiempo en mí!
         —No te preocupes, los que son tus amigos saben que la mejor manera de recordarte es haciendo, con una sonrisa, sin preocuparse por las limitaciones.
         —¡Ya no tengo límites! —reaccionó Annie dando una vuelta sobre sus talones y abriendo los brazos, mirando al sol.
         —Antes tampoco los tenías —susurró el dragón—. Hay quienes encuentran límites en cada cosa que les sucede, vos rompiste cada límite para hacer lo que querías. Podría ser tu legado.
         —Los límites no están fuera sino dentro de nuestras cabezas.
         El dragón asintió, la abrazó y dejó que fuera a encontrarse con sus nuevos amigos. Tenían muchas historias que contarse.
Entre héroes se entienden.

5 comentarios :

  1. Hermosa entrada. Lo que hacéis estoy segura de que le habría hecho muy feliz.
    Besos alados,
    Lu

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  2. Hermosa entrada! La extraño un poco!
    Espero que este en un lugar mejor :D
    Beso!

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  3. Espero que sea muy feliz en ese nuevo mundo, en su cielo.
    Besos.

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  4. La verdad es la ´primera vez que leo las reseñas aunque una de las que las escriba es una amiga (Malena sabes que te adoro)y la verdad es que cuando era mas pequeña disfrutaba esos momentos de imaginacion alborotada mientras imaginaba nuevas historias y ahora que ya soy grande pocas veces me tomo el tiempo para leer un libro como lo hacia aquella niña que se escondia bajo las sabanas para imaginarse esos mundos magicos gracias por devolverme un pedazito de infancia

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